Suena tu móvil a las 5.30. Refunfuño porque todas las noches me pides que ponga el despertador, pero luego el tuyo va a su aire, y tu despiste me roba hoy un rato de sueño.
Cuando pasas por mi lado de la cama, sigo rezongando. Tú me besas, y me dices -“Feliz aniversario”.
¿Siete años ya? Aún estoy dormido para asimilarlo. Me levanto y mientras preparo cosas me pregunto dónde quedaron las flores y las sorpresas de los primeros años. Las ganas de que llegara la tarde para salir a celebrar. Los poemas de amor bajo la almohada. Hoy todo parece lejos.
Bajo a la cocina. Como todas las mañanas, toca poner a punto la central de producción. Tú preparas desayunos en serie, mientras yo doblo fanegadas de ropa. Luego nos sentamos con el café por medio, en un momento de quietud antes de emprender el reto diario de infantería, trabajo, extraescolares y otras derivadas.
Te ríes de mí, porque aún sigo cascarrabias. Yo me hago el ofendido, pero ya no cuela. Acabo rindiéndome a tus palabras, que me atrapan. Y de nuevo, como cada mañana, empezamos a hilar historias en la intimidad de la madrugada. Construimos mundos, inventamos la pólvora y extraemos matices de nuestras pequeñas vidas que las hacen parecer inmensas. Hasta que el reloj nos trae de vuelta.
– “María, son las seis y media”. – “Ay, diosas, que hoy no llego”.
Me das un beso ligero que me devuelve a la realidad. Yo te relevo en la cocina. Mientras te oigo trastear arriba vuelvo a pensar en los bombones, los poemas y las flores. Y de pronto, nada me parece comparable al romanticismo de llevar siete años madrugando para disfrutar de un rato a solas contigo. Para beberme tus palabras en la quietud de la cocina. Contarnos los sueños y jugar a interpretarlos. Desvelar tonterías inconfesables, y hacer pactos sobre lo que más nos importa. Opinar sobre lo humano y lo divino, y volver a empezar.
Se pueden regalar flores sin que signifique nada. O sentarte en la mesa del desayuno a mirar a tu amor y que se hunda el mundo.
Hoy celebramos siete años juntos. Y no saldremos a celebrarlo, nos toca logística infantil en casa. Pero no pienses que la operativa se impone a la amatoria. Es una trampa poética para disimular este secuestro en que me tienes.
Mañana, antes de amanecer, me las cobro todas juntas.
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