12 de septiembre de 2021

¿Recuerdas el día en que sacaste el carnet de conducir? Cuando salí del armario este verano sentí lo mismo que al aprobar el examen. Parecía que, con el carnet en la mano, el mundo ya era mío. ¡Autovías, caminos y pistas, allá voy! No tenía ni idea de que entonces empezaba el verdadero aprendizaje. Y es que, de la ciudad imaginaria que estudias a las carreteras reales, hay un trecho.

Pues esto del género es igual. Como recién llegado al universo masculino, mi materia de examen estaba más o menos controlada. Que no digo que no haya sido difícil con tanto temario (el sexo biológico, el sexo sentido, dónde me sitúo, me atrevo a cambiar mi nombre, hormonas sí o no, la pareja, los hijos, volver a la oficina como la chica nueva de Farala pero al revés…). Sin embargo siento que esa etapa ya se va asentando, y hay buenos pilares puestos.

Aunque ahora que me empiezo a relajar es cuando noto que vivir en profundidad tu verdadero género, al igual que conducir, es mucho más que acelerar y frenar. Que cada curva del camino es distinta, y empiezan a aparecer matices y paisajes nuevos. 

En estas últimas semanas, haciendo mi vida normal, en cada esquina me ha asaltado una duda. ¿Seguiré siendo bienvenido en mi grupo de amigas cercanas, que ha sido a muerte sin hombres? ¿Empiezo a sentir ciertos privilegios patriarcales en mi mundo laboral? ¿Y a perder los de haber sido una mujer en el masculinizado mundo de la tecnología?

Asisto a este cambio progresivo de estatus en una esfera tan sutil como una leve tela de araña.

Pero a pesar de lo intrigante de esta pequeña investigación personal, nada me llama tanto la atención como el cambio de trato que empiezo a notar en las distancias cortas. Mi mejor amigo, con el que he llorado y reído cada acontecer de estos últimos años, a quien siento tan mío como uno de mis brazos, me trata distinto. Este viernes compartiendo un vino, como tantas veces, me dí cuenta.

Él es una persona profunda y sensible, y a la vez con un humor ligero cargado de cariño. Ayer, después de semanas sin vernos, necesitaba una dosis de su compañía por partida doble. Curiosamente, me la dio pero envuelta en una tela distinta. En forma de bromas, de manera alegre y socarrona. Con muy buen rollo de colegas, pero una pizca más superficial. 

¿Bienvenido al mundo de los chicos?

No sé si es así como la sociedad educa a los hombres. Reservando su sensibilidad interna para el trato con las mujeres y los niños, evitando así malos entendidos. Aplicando un sesgo casi imperceptible a las amistades con otros hombres, de manera que no salgan del plano fácil, cervecero, cordial. Tiene sentido, si pienso en las burlas de las que son víctimas los chicos suaves en los colegios. Mirándolo así, he sido un privilegiado al socializarme como mujer, por haber accedido a lo mejor de mi interior sin que el entorno me pusiera en cuestión.

Menudo campo para las nuevas masculinidades.

Yo ando por calles y caminos con la L verde puesta en el cristal trasero. Escuchando y aprendiendo. Pero tengo claro que pienso aplicarme mucho para no perder lo mejor que traigo de mi mundo anterior, y hacer con mi flamante género sentido un maridaje armónico. Al fin y al cabo, de eso se trata. De quitarnos las bridas que nos sujetan y permitirnos fluir con la naturalidad de los niños que juegan en el agua. Sin más ocupación que la felicidad sencilla del momento presente. Que, por cierto, no entiende de etiquetas.

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