Días en que no sé dónde ponerme

9 de marzo de 2021

Los últimos 8M han sido vibrantes. Después de años de activismo en que éramos tres almas manifestándonos, la explosión de mujeres tomando las calles de estos últimos tiempos me ha hecho sentir que todo empezaba a recolocarse.

Curiosamente, este año quien se ha descolocado soy yo.

El exceso de trabajo, sumado a una mudanza febril con toda mi tropa, me hizo aterrizar en el Día de la Mujer sin preaviso. Este año, además, sin manifestación, sin jersey violeta y, lo peor: sin saber dónde ponerme.

Porque en mi empresa, igualitaria y concienciada, nos entrevistaron a algunas de las mujeres directivas de la casa para visibilizarnos en redes, siguiendo el lema de la ONU para este año. Y yo, feliz con la iniciativa, pero tragando nudos por dentro… Y es que, aunque entre en la casilla de mujer biológica, a medida que me reafirmo como persona de género neutro me va costando más hablar en femenino.

Debería poder dedicar un tiempo a encontrar mi sitio y mi propio lenguaje (digo yo que siendo lingüista no debería ser tan difícil…). Pero no me da la vida.

¿No hubiera sido más sencillo pasar este proceso vital siendo adolescente, con horas y horas para divagar, rebeldía para provocar y anonimato para equivocarme sin hacer mucho el ridículo? Ahora mi ensayo y error con los pronombres se tiene que pelear con obligaciones y responsabilidades de persona adulta. El experimento se queda, el pobre, al final de la lista de tareas; y así me veo de repente improvisando, como ayer.

¿Que hubiera sido más auténtico hablar como persona no binaria? Desde luego. Pero entonces (como siempre), otra causa hubiera sobresalido sobre la de las mujeres. Y mientras preparaba mis palabras decidí que, aunque me provocara incomodidad y me sintiera travestirme, me iba a poner un pañuelo violeta al cuello y a hacer la declaración en femenino.

Porque aún no sé qué pronombres usar, cómo presentarme ni en qué baños entrar. A mis años, en vez de afirmarme voy perdiendo pie. Pero si hay algo que tengo claro y que me mueve en la vida es la causa de las mujeres. Si hay un motivo por el que pelear es la desigualdad que produce más estragos en el planeta.

Ayer me di cuenta de que lo que he luchado durante décadas como mujer, voy a seguir haciéndolo como persona trans no binaria. Con mi registro femenino y con el masculino también. Como una síntesis de tantas mujeres y hombres que practican la igualdad en la calle, en la oficina o en casa. Educando a su prole en el respeto entre géneros, sembrando equidad y dando ejemplo de que otro mundo es posible.

Y aunque puede que tarde en coser el traje de mi género (con lo fácil que parece desde fuera), mi compromiso con el feminismo es innegociable, certero. Como creo que lo es cada día para más personas a medida que crece la conciencia colectiva y social.

No hace falta ser mujer para querer la igualdad. Es una cuestión de justicia universal. Y eso no hay ser en el mundo que, con el corazón en la mano, lo pueda negar.

De modo que añado a mi descacharrada capa de dudosos superpoderes, un megáfono que desayune leche con gofio hasta el resto de mis días. Para no dejar de dar voz, y bien fuerte, a esa mitad que ha resultado la desfavorecida del planeta solo por tener otra biología.

Bendita diversidad. Defendámosla siempre.

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