Manu Cruz Rodríguez es terapeuta ocupacional y sexólogo, y conoce de cerca la exclusión social, laboral, sanitaria y personal que sufren las personas trans. En esta entrevista nos acerca con mano experta a esta realidad.
¿Cómo se entiende y cómo se vive la transexualidad en las nuevas generaciones?
La transexualidad es una realidad extremadamente plural. En los últimos años ha habido una diversificación muy amplia en referentes, en el conocimiento, en la forma que tenemos de entender las realidades trans… Y esto ha llegado a las nuevas generaciones.
En la mía la idea de la transexualidad era simplista, excluyente con todo lo disidente. Y hoy, sin embargo, la juventud se siente menos ajena a la realidad trans. Se vive tal como se entiende, con una de cal y otra de arena. Hay muchos más indicadores de libertad: a la hora de tomar decisiones, de expresarse… Pero también existe una cierta carga: la violencia es muy visible, los referentes que hoy abundan tienen un nivel adquisitivo -como en el caso de la actriz española trans Jedet Sánchez- que les permite ser la persona que quieran ser, y esa no es la realidad de una chica trans de barrio.
Por lo tanto, la diversidad trae complejidad a esta realidad, para lo bueno y para lo malo.
Sabemos que la transexualidad es motivo de exclusión personal, social, laboral y sanitaria. ¿Cuál es el ámbito que más preocupa a las y los jóvenes trans?
Como dice cierto estado de Facebook, “es complicado”. Porque al final no hay ninguna de estas áreas que no tenga que ver con las otras. Que en tu DNI aparezca tu nombre sentido y tu sexo registral tiene una repercusión en cómo socializas, en tu inclusión laboral, en las violencias sanitarias que puedes vivir… Todo está interrelacionado. Pero si reflexionamos en torno a las personas jóvenes, lo primero que me viene a la cabeza es el ámbito social, que parte en primera instancia de lo personal. Creo que la primera transición que se vive es la de “quién soy y quién no soy”, y luego viene la socialización de tu nueva identidad o identidades (si son plurales) con el mundo.
Lo primero que te preguntan en una consulta no es cómo conseguir trabajo, sino cómo salir del armario en el instituto, quiero que me traten como a una chica, quiero ir al baño de los chicos… quiero que me respeten y no sufrir violencia…
En la juventud la demanda mayor es la socialización: tener gente que nos quiera, que nos abrace, que nos celebre, que nos disfrute… Y no hay mejor manera de celebrarnos que permitiéndonos ser quien realmente somos.
El anteproyecto de ley trans, que está en trámite para aprobarse en el Congreso, ¿contempla medidas para luchar contra la discriminación?
Esta es una ley muy polémica. Tiene puntos fuertes, interesantes, y es muy facilitadora para vivir una disidencia sexo-genérica con mayor libertad. Pero en su gran mayoría contiene más declaraciones de intenciones que otra cosa.
Destaco la prohibición de las modificaciones genitales en menores intersexuales, que es una práctica aberrante, tal como han mantenido la comunidad sexológica y el activismo intersexual, a pesar de estar aceptada socialmente e incluida en los protocolos sanitarios.
Así como la prohibición de las terapias de reconversión: ¿cómo estas torturas se siguen produciendo en la España de 2021?
Otro avance va a ser la facilitación del cambio de nombre y sexo en el registro, sin necesidad de que un profesional te confirme que eres lo que tú ya sabes. Aunque se ha quedado fuera la infancia trans. Que tiene evidencia científica, pero la nueva ley no la contempla.
Lo mismo que ocurre con las realidades trans no binarias. Que no se contemplaran hace 30 años se puede entender. Pero a día de hoy no tiene sentido. Igual que no haber incluido a las personas migrantes, que están en situación de irregularidad y que también forman parte de las realidades trans, pero apenas se mencionan. Con lo cual la propuesta para mí queda muy vacía.
Por último, es un deber del estado impulsar la educación LGBTI en las escuelas, y no hay manera de entender esto sin pensar en una reforma educativa en la que la sexualidad esté totalmente incorporada. Las entidades LGBTI y las de educación sexual trabajan muy duro para que esto llegue a la sociedad, pero sigue sin estar reconocida esta labor, así como la necesidad de que haya profesionales especialistas en sexualidad. Porque esto no va de educar solo a la persona trans, sino de educar a toda la sociedad para que haya una prevención real y un entendimiento real de lo que sucede en nuestro mundo. Esto no solo ayuda a las personas trans a entenderse, sino a todas, dado lo complejo de la sexualidad humana.
Aún así, como decía al principio no todo es malo: hay buenas iniciativas en la ley y habrá que seguir trabajando en ellas.
En el proceso de trabajo de la ley trans ha habido choque de trenes entre el asociacionismo LGBTI y los movimientos de calle. ¿Se está conectando desde las asociaciones con la realidad de las personas trans?
Existe un problema con la generalidad de las asociaciones. Una ONG es un territorio arduo y confuso. Dependes del dinero estatal, todo lo que manifiestes públicamente suma o resta puntos, puede gobernar un partido que te facilite las cosas o todo lo contrario… Creo que las asociaciones LGBTIAQ+ no han estado a la altura, debían haber empujado mucho más fuerte, luchando, por ejemplo, por las infancias trans… Cosa que sí han hecho los movimientos de calle: no solo los trans-mari-bi-bollo, sino también los colectivos antifascistas, los de personas migrantes, los de personas con discapacidad… Da rabia que haya asociaciones que no hayan luchado para que cada cual pueda ser quien es, cuando están en juego derechos humanos. Sin embargo, en los colectivos de calle he encontrado militancias muy potentes donde todos, todas y todes podemos participar de una forma muy real.
Las estadísticas de suicidio en personas transexuales son demoledoras. Desde tu experiencia en el trabajo con personas en riesgo de exclusión, ¿cuáles son las claves para dar esperanza al colectivo transexual?
Es difícil dar claves o pautas a personas en tal nivel de precariedad. Resulta pretencioso incluso. Las personas trans con demasiada frecuencia llegan a la situación de quitarse voluntariamente la vida ante el mensaje de que la sociedad no desea su existencia, que es el que nos llega. En mi caso, a través de la experiencia profesional, en que veo muchas de estas situaciones, y también de la personal, considero que tenemos que ejercitar nuestra inteligencia emocional para entendernos mejor, y para ver en qué momentos podemos ser combativas y cuándo no, porque nuestro momento personal no nos lo permite… Se trata de realidades individuales.
Y al mismo tiempo, no debemos tener miedo a colectivizarnos. La salvación nos va a llegar a través de los cuidados, mediante una parte más humanista que no nos han enseñado a cultivar. Colectivizándonos es como se consiguen los derechos, teniendo claro qué perseguimos, y con el deseo de que nuestra lucha de hoy genere la prevención necesaria para evitar que el suicidio trans siga siendo una realidad el día de mañana.
¿Qué le puedo decir yo a un joven o una joven trans que quiere quitarse la vida? No existen grandes herramientas, teniendo en cuenta lo cruel que es la realidad para este colectivo. O actuamos o no hay futuro, no hay otras claves para la esperanza. Y debemos hacerlo quienes sintamos que estamos en un momento fuerte para dar un paso adelante. No es nada fácil.
Sé que no te he respondido. Pero creo que te he justificado por qué.
¿Podría estar pasando con la violencia trans algo similar a la violencia machista, donde parece que por más protestas y actos de repulsa en la calle no se consigue detener la sangría, y media España sigue funcionando como si no pasara nada? En el caso trans, ¿podría ser más efectivo que luchar en la calle tocar conciencias en las distancias cortas, visibilizándonos en lo laboral, en lo social, en lo familiar, para hacer esta labor desde dentro?
Es una gran cosa generar visibilidad en nuestros barrios, de manera que la gente que te conoce de toda la vida te reconozca, y con ello reconozca la realidad de un colectivo que en el fondo no le es tan ajeno como cree. Yo fui joven en una ciudad de provincias, salí del armario como gay, y con los años supe que había sido referente en aquel momento. Eso es reconfortante.
Pero además, en esta sociedad en la que vivimos nos han inculcado la competición, por encima de la colectividad. Y creo que colectivizarnos nos llena de poder: ya no soy yo, somos nosotres. No olvidemos que de todas las formas de lucha, aquella con la que mejor nos encontremos identificades al final es la mejor.
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