Transexualidad y feminismo

7 de agosto de 2021

Mónica Quintana es Pedagoga aunque, como buena polímata, su formación es un continuo permanente. Así que a ello suma estudios de Psicología, de Políticas de Igualdad y de Lógica y Filosofía de la Ciencia; una diplomatura en Música; sendos másteres en Género y Diversidad, en Teoría Crítica, en Tecnocreatividad y en Coaching y Gestión del Talento; especialización en Liderazgo Femenino y Liderazgo Global y un largo etcétera.

Desde que empecé a idear esta serie de Transbitácora, pedí al universo que diera un mordisco a la difícil agenda de Mónica e hiciera un hueco para hablar con ella de Trans y Postfeminismo. Me costó dos meses, pero finalmente se alinearon los astros. 

La razón de mi empeño era triple. Por un lado, el ser una “yonki del saber”, como ella misma se define, le da una visión amplísima, necesaria para tratar un tema tan complejo como este. Por otro, la avalan más de 20 años de experiencia de trabajo con grupos muy diversos de mujeres. Y en tercer lugar Mónica se dedica, como especialista en innovación, al diseño estratégico de escenarios futuros. Esto es pieza clave: estarán conmigo en que, si tras más de tres siglos de lucha por la igualdad de género aún no la hemos conseguido, el escenario del trabajo feminista probablemente ha de buscar nuevas fórmulas para avanzar. 

Y ahí arranca nuestra entrevista.

Mónica, ¿qué es para ti el género?

Antes que nada, puntualizo que me gusta ser humilde y gestionar bien las expectativas, así que voy a procurar hablar desde mi experiencia. Desde el punto de vista académico hay otras muchas personas que también lo podrían contar, y seguramente mejor que yo. Pero a mí me interesa contrastar la parte teórica con la praxis, con su puesta en marcha.

Y por otro lado, confieso que me duele mucho el feminismo. Me duelen algunos debates enconados de los últimos tiempos, y creo que estamos en un momento de tratar de hablar desde la perspectiva del espíritu constructivo. Si hay algún nudo gordiano que no se pueda resolver, visibilicémoslo. Pero debemos terminar con este clima de polarización y crispación que se observa en las redes sociales. Después de tantos años tratando de hacer las cosas lo mejor posible, duele ver cómo la gente se insulta. 

A partir de aquí, mi espíritu es totalmente constructivo. Entiendo también que esto no es un proyecto terminado ni hay una verdad absoluta, sino que está en construcción… Existe además un feminismo científico, y en la medida en que vayamos descubriendo cosas nuevas, estamos en nuestro perfecto derecho a pensar de manera crítica, retractarnos y seguir aprendiendo.

En cuanto al género, se me ocurren tres abordajes: 

  • Como construcción social: En un sentido más clásico, el género es todo aquel conjunto de construcciones sociales que se realizan en torno al sexo biológico, y que tienen que ver con las expectativas que la sociedad tiene acerca de nosotros, con los estereotipos que condicionan la manera en que nos comportamos, con las mentalidades, con la cuestión social/educativa, con la experiencia en la familia y las expectativas que nuestros familiares tienen acerca de nosotros y de nosotras. El género tiene que ver con todo eso: con toda la cuestión social, que no necesariamente está ligada al dimorfismo sexual. En esa aparente sencillez está su potencialidad y también su trampa.
  • Como constructo o artefacto político: Por otra parte, el sistema sexo-género es un modelo que nos ha servido para plantear toda una serie de políticas públicas que han tenido mucho impacto en la vida de las mujeres y las niñas. Desde la Conferencia Mundial sobre las Mujeres celebrada en 1995 en Pekín, se articuló toda una serie de políticas, sobre todo de acción positiva, en torno a la noción de género. Y que hacían una crítica importante a las condiciones de la existencia de las mujeres, y a cómo la desigualdad se articulaba con todos esos constructos sociales ligados al hecho de ser mujer. Por tanto, históricamente hay que reconocer la potencia del sistema sexo-género. 
  • Como diálogo entre la biología y la cultura: Este sistema sexo-género, de alguna manera, se ha asentado sobre una perspectiva muy dicotómica de la cuestión de la naturaleza y de la cultura. Yo, que he trabajado tantos años en lo educativo, veo que esto se vive también mucho desde la pedagogía: la naturaleza como una biología totalmente inmutable frente a la cultura como algo totalmente desgajado, cuando realmente lo que hay es una relación dialéctica, que es una relación de diálogo entre lo natural o lo supuestamente llamado natural y lo supuestamente llamado cultural. La realidad, desde mi punto de vista, no existe de esa manera totalmente escindida, sino que separamos biología y cultura para poder realizar un análisis; pero luego, desde el punto de vista de la práctica, todo eso es un devenir donde se retroalimentan. Lo que culturalmente hacemos transforma nuestra propia supuesta naturaleza biológica, y al contrario. Tenemos un montón de campos, además, hablando de esto, y muchísima investigación en el ámbito neurocientífico, de la epigenética… Es tremendamente interesante.
Creo que eres defensora de la abolición del género ¿Lo ves realmente posible? ¿Cómo se puede hacer?

Probablemente ‘abolición’ no sea la palabra más adecuada para referirse a algo que, desde mi punto de vista, tiene más que ver con la búsqueda de la trascendencia, o el trascender el género. Incluso, a mí me gusta más hablar de la liberación del género. 

Cuando recapacito sobre mi propia práctica (porque al final lo que me interesa es poder hacer algo que tenga un impacto positivo en la gente), cuando trato de reflexionar con el sistema sexo-género, en términos del genero sentido o de la identidad, a menudo me encuentro con un laberinto lógico. Que yo, personalmente, -y lo digo desde la humildad- no estoy muy segura de cuál es la potencia emancipatoria que tiene, por lo menos en los países del primer mundo. Porque si hablamos de otro tipo de geografías donde están todavía tratando de resolver los problemas más básicos, como el derecho a la vida o el derecho a no sufrir violencia, desde luego que esto tendría otro cariz completamente diferente.

Volviendo otra vez a la cuestión de la abolición, decía que probablemente el término de abolir no nos sea útil, porque tiene que ver con el cancelar, con el negar, con el derogar. Y no me imagino el género como algo tan unívoco o tan tangible como para decir que lo borro, porque al final el género tiene que ver con toda una serie de comportamientos, de mentalidades. Y ahí es donde creo en la enorme potencia de lo educativo, donde no se trata de abolir el género, porque ni siquiera me parece viable conceptualmente.

Para mí la pregunta poderosa sería: ¿qué tenemos que hacer para trascender el género, para poder incluso liberarnos de él y no tener que adscribirnos a uno u otro género? (que, por lo menos desde mi punto de vista, es otra sujeción que podría ser asimilable a la del propio sexo biológico).  Aunque estadísticamente se puede decir que hay un binarismo de género, luego en el mundo real sabemos que hay una gama de grises intermedia en ese dimorfismo sexual. ¿Para qué nos sirve el género si al final vamos otra vez a remitirnos al dimorfismo? ¿Por qué no pensar en liberarnos de la propia noción de género para, a partir de ahí, poder construir otro tipo de experiencias que no estén encorsetadas, sujetas? 

Trascender el género, elevarnos sobre él y, en última instancia, liberarnos, requiere no solamente levantar nuestra mirada para ser capaces de despegarnos del barro de los debates tan tremendos que está habiendo, sino que ganemos altura de miras haciéndonos también la pregunta de qué tipo de sociedad queremos. 

Y luego, por otro lado, algo que me parece también muy importante y de lo que creo que algunos feminismos adolecen -no todos, por supuesto-, es ya no solamente tener la altura sino la capacidad de incrementar el horizonte; no pensar únicamente en el ahora sino en clave de los horizontes de futuro desde el feminismo. Se nos presentan propuestas, políticas bastante interesantes que se inspiran en el postfeminismo o el xenofeminismo.  

Sabiendo que eres una persona eminentemente práctica, ¿cuál sería tu receta para trascender el género, sabiendo que se nos está quedando pequeño en el debate entre feministas y mujeres trans?

Las recetas son una inspiración para que cada cual pueda ponerlas en marcha con los ingredientes locales y su propia creatividad. Lo primero es pensar más en lo sistémico, en lo múltiple… elevar la mirada, como decía. Y luego evitar la sobregeneralización. A muchos de los feminismos les falta sentido crítico y humildad para aceptar lo diferente. Algunos de los problemas del mundo feminista no se pueden resolver desde el mismo nivel en el que se crearon. 

Si tuviéramos que hablar de ingredientes concretas, que realmente transformen, diría estos: 

  • Pensamiento crítico. Yo me alimento de la teoría para luego confrontarla con la realidad. Tengo claro que solo desde el discurso, la tribuna o las redes sociales, no solucionamos nada. Dudo de la potencia de esa transformación. Tenemos que bajar a tierra con apertura, humildad y más pensamiento crítico. Me sorprende la realidad de dogmas y de ideas repetidas que se dicen, y que cuando tratas de contrastar se caen en seguida. Es un ejercicio de autocrítica que tenemos que hacer.
  • Lectura crítica, también, acerca de los sesgos propios sobre la realidad, para ganar en perspectiva científica basada en la evidencia.
  • Cuestionar la visión esencialista de la naturaleza y la cultura, que nos llevan a visiones esencialistas de sexo y género. Tenemos que hacer una reflexión tranquila y sosegada, mirando con ojo crítico las evidencias que tenemos, que son bastantes.
  • Salir de lo discursivo para ir hacia lo educativo. Llevo más de 20 años trabajando con colectivos de mujeres (excluidas por racialización, por pobreza, por violencia de género, por salud mental…), también en el ámbito rural, en el de la innovación y la tecnología, y más recientemente con mujeres líderes. Me he rozado bastante con lo diferente, y he contrastado mi visión y mi experiencia. Tenemos que pasar del pensamiento a la acción. Convertir la información en conocimiento, el conocimiento en sabiduría, y la sabiduría en acción. En acción consciente. 

La tranformación social ocurre cuando se transforman los sistemas pero también las personas. Y cuando consigues transformar a una persona, empiezas a transformar también su entorno. Es una de las razones por las que en su momento salí un poco del activismo para, en mi propio trabajo, activar en las mujeres y en los sistemas palancas de cambio real. 

Tengo que decir que me dedico a diseñar actividades transformadoras por y para las mujeres. Sin hacer diferencias entre el sexo biológico y el sexo sentido. Y esto para mí es una declaración de intenciones.

Estos días de verano en familia, los chicos de la casa hablamos sobre el tema y decimos: ¿qué lugar tenemos los hombres en esto? ¿Por qué el discurso feminista habla solo de las mujeres, nos toma como parte del sistema violento, y sin embargo no nos nombra como parte de la solución?

Este es uno de los debates enconados en los que he participado. Creo que hay un laberinto, una trampa. Tenemos el sexo, y tenemos el género, que como construcción social es un subproducto de años de dominación patriarcal. Así que, ¿qué queremos? ¿trascender y superar el género, o aferrarnos a él para decir que el sujeto político son solo las mujeres? 

Hay que seguir profundizando. A veces desde el debate teórico no se avanza lo suficiente. Y cuando se contrasta la teoría con la práctica concluyo que, a pesar de que tenemos una deuda histórica enorme con el feminismo y con mujeres fantásticas, ancestras que han luchado para que pudiéramos estudiar, votar y muchas más cosas, hoy en día la cuestión que tenemos sobre la mesa en España es que hemos avanzado hacia la igualdad formal -aunque sigue habiendo muchas discriminaciones indirectas- y tenemos que seguir transformando el contexto.

Vivimos en un sistema muy complejo, y no podemos avanzar transformándonos solo nosotras. Tenemos que liderar, pero el sujeto político del feminismo ha de ser, junto a las mujeres, el contexto, entendido como las personas de alrededor -hombres, y personas no binarias-. No podemos superar la opresión de género si no trabajamos con el sistema.

Desde el punto de vista de la hoja de ruta, lo básico es enseñar pensamiento estratégico y enfoques sistémicos. Que tienen que ver muchas veces con la cuestión comunicativa.

Hay muchos niveles de escucha: 

  • Primero a mí misma (donde el sexo y el género son una variable, pero no más importante a veces que la raza, la procedencia cultural, la social… La persona es una encarnación donde confluye una serie de vectores que representan variables, y el género tiene más o menos importancia según el contexto). Estoy marcada por la cuestión sexual y el género percibido, pero si vivo en un entorno rural, o tengo una determinada raza o procedencia cultural, todo eso influye lo mismo o más. Es la llamada interseccionalidad.
  • Luego está cómo leo el contexto cercano, mi entorno. Si no me confronto con lo diferente, tendré unos planteamientos determinados. Y en el momento en que me llega una perspectiva de contraste cultural, lingüístico, cognitivo… puedo hacer una lectura diferente. A veces hay mayor diferencia entre sujetos del mismo sexo dependiendo de su nivel cognitivo, que entre personas de sexos distintos. Y todo esto hay que tenerlo en cuenta.
  • Y más allá hay una lectura sistémica, que es donde hablo de elevar la mirada y mirar horizontes. No es lo mismo abordar la modificación corporal desde la medicalización de los cuerpos, donde la mujer tiene vulva y el hombre pene, que si tengo una mirada en la computación cuántica, que nos habla de la probabilidad de que en 300 años vayamos a abandonar el cuerpo físico. Si el desarrollo tecnológico avanzara, puede que fuera posible, incluso, en menos tiempo. Mirando hacia el futuro, veríamos que en todos estos debates sobre los cuerpos, relevantes ahora, a la luz de la cuestión tecnológica (descorporeización de la conciencia, hibridación cyborg…) los términos cambian. 

Se abren un montón de posibilidades si las sabemos aprovechar, pero lo que más siento es que, por desgracia, somos aún muy poquitas las mujeres que estamos ahí. Estamos fuera del debate de la innovación y la tecnología. Mi propuesta es que nos permitamos a nosotras mismas abrir este tipo de debates. Abandonar el victimismo y el enconamiento, y lanzar desde la concordia proyectos colectivos con gran potencial de transformación. Que han de tener un elemento de innovación, además de reconocer lo diverso para incluirlo, y con perspectiva sostenible.

Sin eso no hay un futuro que resulte atractivo como para querer vivir en él. 

Para saber más: entra en el capítulo de mi diario personal en Público que fue el origen de esta entrevista.

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