Señor juez, vengo a entregarme.
Ya sé que han detenido al padre por el presunto parricidio. Y que la fiscalía ve indicios claros de culpabilidad. Pero escúcheme: siéntese un momento conmigo y lo entenderá.
Yo soy la vecina que escucha discusiones y golpes por la ventana del patio y no llama a la policía, porque en cosas de pareja no hay que meterse.
Soy el hermano que le dice a ella que aguante, que siempre estará mejor en casa y con un sueldo que mantenga a sus hijos. Que los insultos se olvidan y los morados se tapan, y la vida es así de injusta. Pero es que un hombre es un hombre.
Soy la madre y el padre que no enseñan a sus hijos a amar a sus parejas en lugar de poseerlas, inculcándoles valores y respeto. Que si hablan de sexo seguro es solo con ellas, porque la responsabilidad no es cosa de los varones. Y que no educan a sus hijas para que se valgan por sí mismas, en lugar de necesitar a hombres que las protejan y las salven.
Soy el maestro que destila sexismo y cree firmemente que las mujeres están mejor en casa. El que trasmite la desigualdad patriarcal, ayudando a consolidar la pobreza en España en el lado femenino de la balanza.
Soy la directiva que prefiere contratar hombres que no se embaracen ni falten al trabajo por las anginas de sus criaturas. Y el marido que prioriza su carrera por delante de la de su mujer, que al fin y al cabo iba a ganar menos por el mismo trabajo. Soy la sociedad que no permite la autonomía de las mujeres, que se ven encarceladas también económicamente por sus verdugos.
Soy el juez que permite el avance del neomachismo lavándose las manos con las custodias compartidas impuestas. Esos regímenes concedidos al por mayor en muchos casos a hombres que nunca se interesaron por el cuidado de su prole, pero que las piden para seguir controlando y angustiando a sus exmujeres.
Y soy el responsable político que cree que 37 niñas y niños asesinados por su padre o padrastro por violencia de género en España (muchos de ellos ahogados, acuchillados o tiroteados durante el régimen de visitas) o que más de mil mujeres asesinadas por terrorismo machista desde que hay registros, en 1993, no son asunto de estado.
Señor juez, ya sé que no me ve ensangrentada. Pero si supiera en qué medida soy cómplice de esta sangría de dolor y de vidas, no habría clemencia que me salvara.
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