Sombras entre las sombras

19 de marzo de 2015

Han corrido ríos de tinta sobre 50 sombras de Grey, tanto por la película como por la novela homónima. En su momento, el estreno en salas fue casi un escándalo. Recuerdo que se escribió tanto sobre la cinta que a mí ya se me habían quitado las ganas. No está la cosa como para tirar el dinero en según qué películas. No. Si iba al cine, sería para ver algo mejor.

Pero reconozco que otra parte de mí tenía unas ganas inconfesadas de verla. Como persona interesada en el BDSM (bondage, disciplina, sadismo, masoquismo) me picaba la curiosidad por saber qué enfoque habrían dado a una película destinada al consumo de masas. Y más conociendo el puritanismo norteamericano, donde pasarse de la raya supone entrar en la lista negra y ser considerada cine X, con una merma considerable en caja.

Al final pudo mi curiosidad (la carne es débil) y aprovechando que una compañera de trabajo me pasó la cinta, un domingo me apoltroné con una bolsa de chocolatinas a disfrutar con mi chica de una tarde de cine y sexo no convencional.¿El balance al apagar la tele? Pues que lo mejor había sido el chocolate. Porque la película me dejó mal sabor de boca.

La esencia del BDSM

En primer lugar, porque creo que quien escribió el guion (no he leído la novela y no sé si la película es fiel a ella) no ha explicado nada bien la esencia del BDSM. Esta es una disciplina erótica que se basa en el consenso, esa es la base de todo.  Y donde las prácticas normalmente empiezan de forma gradual mientras se cimienta la confianza mutua, que hace que con el tiempo el dolor —siempre dentro de los límites deseados y previamente pactados—  intensifique el placer.

Sin embargo, en el largometraje Christian Grey no inicia realmente a su pareja, sino que se limita a presentarle un contrato y a llenarla de golpes sin pasar siquiera por la casilla de salida. Y Anastasia Steele se deja hacer durante un tiempo, sin entender de qué va el tema y aguantando por amor. Vamos, que lo intentan plantear peor y no les sale.

Una excusa para el acoso

Y la segunda lectura, que me llenó de frustración, tiene que ver con la cantidad de estereotipos machistas que tiene la cinta. Me tiraba de los pelos viendo cómo una película que podía tener el valor de acercar al gran público a realidades nuevas, de esas que te pueden ayudar a abrir la mente a la tolerancia y al disfrute, lo que transmite es un mensaje absolutamente negativo para las mujeres.

Además del sempiterno cliché de «hombre todopoderoso conoce chica mona que no es nadie en la vida y le enseña lo que vale un peine», con todos los añadidos de los roles del mujeriego y la virgen, del hombre de mundo y la doña nadie, subyace algo en toda la película que pone los pelos de punta. Y es la impunidad de este individuo a la hora de ejercer un férreo control sobre la protagonista.

Así que para mí las verdaderas sombras de Grey son cada uno de los momentos en que exige a Anastasia saber adónde va, con quién sale, qué va a hacer después. Y la manera en que la acosa presentándose sin ser invitado, invadiendo el espacio personal de ella para que no olvide que le pertenece.

Cuando todo vale para vender más

Menudo mensaje para transmitir, sotto voce, en cada fotograma de una película destinada a ser consumida por millones de personas. Y es una doble frustración haberla visto, además, en el Día de la Mujer. Te dan ganas de tirar la toalla al ver cómo todo el trabajo de las personas feministas en pro de la igualdad entre géneros es solo una pequeña muesca en el enorme embudo de quienes manejan a las masas, con inversiones millonarias además en publicidad. Me hace pensar que a esos popes debería exigírseles un mínimo de ética, de responsabilidad social, para evitar que estos ejemplos alimenten lacras como la violencia de género, que tantas vidas de mujeres se cobra al año.

Mi hija aún no tiene edad para ver la película. Pero apelo a las mujeres con hijos e hijas jóvenes para que hagan con ellos una reflexión sobre esta apología de la dominación y el control. Porque la vida real no es como una sesión de BDSM, en que los límites están pactados y hay una palabra de seguridad.

La realidad a la que las mujeres nos enfrentamos es un mundo hecho a la medida de los hombres, en el que la tradición machista y los roles reproducidos por los productos de gran consumo como este, nos llevan con frecuencia a la difícil posición de ser consideradas objetos sexuales. Sobre todo entre las chicas jóvenes, con menos herramientas para hacer frente a la presión de un entorno que ve normal que sus novios las controlen, porque es parte del modelo de amor desigual que la sociedad les vende.¿La receta? Educación en valores y sentido crítico a las mujeres de nuestra vida para no perder el norte de quiénes somos, a pesar de este mundo que nos sigue queriendo relegar al lado débil, insignificante y pasivo de la balanza. Porque frente a un Grey en sombras, no hay nada como levantar la persiana y dejar entrar la luz.

Este artículo fue originalmente publicado en el blog Más de la mitad, del periódico 20 Minutos

También podría gustarte…

Ni hombre ni mujer: soy de género neutro

Ni hombre ni mujer: soy de género neutro

De chicazo adolescente a lesbiana. De formar una familia LGTB a visibilizar el amor en la madurez. Cuando pensaba que lo tenía todo hecho, me topo con una realidad impensada: ¿estoy de verdad en el género que siento mío?

Orgullo y prejuicios

Orgullo y prejuicios

El armario, ese mueble en el que cabe una vida entera… y que a menudo guarda nuestros propios prejuicios.

0 comentarios

Enviar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.