Recuerdo la campaña de crowdfounding «La guinda del pastel» que puso en marcha hace unos años el colectivo Despechadas. Esta asociación trabajaba para traer a España a un médico estadounidense que al parecer es una eminencia tatuando pezones y areolas en mujeres que han perdido el pecho en su lucha contra el cáncer de mama. Aquí haría cuatro reconstrucciones, además de dar clases magistrales a profesionales del sector médico y del tatuaje terapéutico para que su técnica quedara en nuestro país.
No puedo sino estar de acuerdo con iniciativas como esta. En su momento pasé por el trance de perder un pecho de forma radical, y cuando me reconstruyeron fui a una tatuadora especializada. Esa noche al regresar a casa después de la primera sesión (fueron tres), el trampantojo del pezón dibujado me hizo sentir una mujer completa por primera vez desde la mastectomía.
¿Cirugía para ser mujer?
Lo que ocurre es que el cáncer no solo me trajo cambios físicos y operaciones, sino también mucho tiempo para pensar. Ahí germinó mi activismo feminista, además del lésbico, y el sentido crítico que fui desarrollando me llevaba a hacerme muchas preguntas. Por ejemplo, la de por qué ejerciendo como voluntaria de una asociación contra el cáncer, en el hospital tranquilizaba a las mujeres diciéndoles que gracias a la cirugía volverían a ser ellas mismas. ¿Es que dejamos de ser mujeres por perder un pezón, o un pecho o los dos? ¿Y el único camino para recuperar la autoestima es la reconstrucción?
Mi conclusión al final del proceso es la misma que con el aborto: cuando estuve embarazada supe que no lo hubiera elegido en el supuesto de malformaciones de mi bebé, pero lucharé siempre por el derecho femenino a decidir sobre nuestro cuerpo. En este caso aplaudo cualquier iniciativa que nos permita optar a las mujeres entre el mayor abanico de posibilidades, pero también creo que el mensaje que estamos dando es equivocado.
Porque reconstruirse el pecho no es la única manera de estar bien psicológicamente, ni de sentirse deseada. Igual que el ideal de belleza delgada es una trampa malévola para millones de mujeres. Y que la tiranía de entrar en la norma hace que durante décadas se haya mutilado de forma arbitraria a quienes nacen con genitales de ambos sexos: las personas intersexuales.
Cuerpos sin normas
Esa misma normatividad de los cuerpos hace que la sociedad necesite que las personas transexuales se operen para entrar en el binarismo que algunas mentes oxidadas necesitan para entender el mundo. Por eso aplaudo con entusiasmo la visibilización que hizo en su día en Vogue la top model brasileña transexual Lea T, con un desnudo artístico que abrió puertas a quienes se oponen a la dictadura genital de la reasignación. De nuevo, defiendo que la sanidad cubra las operaciones y los tratamientos de reasignación de sexo a quien así lo desee y lo necesite para su proceso personal. Es fundamental. Pero creo que, por encima de todo, necesitamos educación y apertura de miras para entender que el mundo es plural y diverso, y que no todo el mundo tiene las mismas necesidades ni enfoques.
La semana pasada, al salir de la ducha, me di cuenta en el espejo de que la tinta de mi pezón dibujado ha palidecido. Ya me habían advertido de que hay que renovarlo cada cuatro o cinco años. Mientras me secaba le pregunté a mi novia si para ella era un problema que lo perdiera del todo. Creo que su beso de tornillo fue suficientemente elocuente. Así que no creo que vuelva a pasar por la aguja, y tengo claro que no me sentiré menos mujer por ello.
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