Zorras somos todas

18 de septiembre de 2014

Hace unos años, se viralizó un vídeo que subvirtió las redes y que, por desgracia, sigue estando de actualidad. Y no precisamente por los habituales anzuelos en los que suele picar el público de masas (fútbol, humor, salvajadas, emociones patrias…) sino por algo tan simple como dar la vuelta a la tortilla de los convencionalismos.

Chelsea Paine, su autora, dedica a una mujer imaginaria su alegato irónico (“¡Eres una zorra!”),  en el que va desgranando todo lo que la hace merecedora de ese apelativo: maquillarse, salir con hombres, no hundirse con las críticas, no avergonzarse por tener vida sexual con hombres, con mujeres o con ambos, disfrutar de su cuerpo, estar orgullosa de él sea como sea y sentirse atractiva… ¿No buscas atarte a nadie? Zorra. ¿Le entras a los hombres? ¡Zorra! Porque ofendes al mundo con tu independencia y tu forma de vivir. Y da igual que seas buena persona, que estudies, trabajes o cuides de tu familia. Eres una zorra si no aceptas vivir bajo el yugo de la aprobación de la sociedad, y te mereces ser insultada y marcada por ello.

El doble rasero

Lo que llama la atención de este vídeo es el revuelo que ha armado algo que es de cajón. Y es que, aunque vayamos de progres, nos seguimos escandalizando  cuando alguien llama a las cosas por su nombre.  No es casualidad que en castellano haya tantos sustantivos que en masculino tienen significados positivos o neutros (zorro —como persona astuta—, brujo, perro, gallo, hombre público, asistente, fulano…) y que cuando se ponen en femenino pasan a bajar de rango, a ser peyorativos o a insultar directamente (zorra, perra, gallina —cobarde—, mujer pública, asistenta, fulana…).

Encima el calificativo de zorra afea conductas socialmente reprobables que no casan con lo que la sociedad patriarcal espera de nosotras. Las mujeres de hoy creemos estar muy lejos de aquella propaganda franquista que en la Sección Femenina y otras formas de aleccionamiento enseñaba a nuestras madres a ser el descanso del guerrero para el hombre. A estar siempre dispuestas para el marido, despreciando los deseos propios. A ser fieles, recatadas y sumisas. Porque ya sabemos que en las sociedades rancias la honra familiar recae en las mujeres, y no importan nuestros valores como personas sino  nuestra virginidad —la real y la aparente—, y el pundonor, que nos hace posesiones dignas de padres, novios y esposos.

«¿Te sientes atractiva y disfrutas de tu cuerpo? ¡Zorra!»

¿Una sociedad avanzada?

Impensable eso aquí y ahora, ¿verdad? Pues hagan la prueba del algodón y escuchen los mensajes con los que se anestesia nuestra juventud, por ejemplo, con el reguetón, que justifica el control y el sometimiento de una mujer cosificada por un concepto enfermizo del amor. O pregúntense por qué una chica joven desconocida entra en tantas pantallas de repente.No es por la calidad del vídeo, ni por su didáctica (aunque en el fondo, como revulsivo, la tiene). Sino porque Chelsea Paine se pone el mundo por montera y se carcajea en la cara de quienes nos insultan por ser dueñas de nuestra vida. La respuesta en las redes habla de sorpresa. Y quiero pensar que también de provocación. Porque, le pese a quien le pese, este país está cada vez más lleno de zorras. Así que demos la vuelta al insulto y convirtámoslo en halago: el día en que zorras seamos todas, dejará de pesar.

Este artículo fue originalmente publicado en el blog Más de la mitad, del periódico 20 Minutos

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