23 de mayo de 2019

No hace tanto tiempo.

Hace algunos años yo acababa de conocerte

y no me alcanzaba el aire.

El mundo se había infartado al reencontrarnos

un choque de astros

aunque se hiciera el encontradizo

como si nada.

 

Menuda sacudida también

la nuestra

salimos de la autopista vital para tomar un sendero

ese, el más apartado,

donde poder susurrarte al oído

la mujer tan fascinante que eres.

 

Y luego, qué? ¿Qué pasa tras la lluvia de estrellas?

Luego es hacer el nido, conjugar criaturas, 

llegar a fin de mes,

dividir las tareas, sonreír desde la cocina

y besarnos, exhaustas, al entrar en la cama.

 

Pero también suceden muchas más cosas

que se solapan bajo nuestros trabajos y la familia,

bajo convencionalidades propias de un par de mujeres

que decidieron compartir matrimonio, tribu, perros,

amigos y un precioso techo.

 

Y hoy cuelgo el teléfono, tras pedir el gas para la pequeña comuna

que hemos inventado

y me atropellan pensamientos y recuerdos locos

♥ del sábado pasado,

al que exprimimos las horas para amarnos;

♥ de un momento cualquiera, entre el ruido y la prisa,

en que me miraste y yo te miré

y sentimos el cataclismo aún rodando

♥ de lo que sabemos de nosotras

y lo que aún no imaginamos.

Ese «quizás» en el que cabe un mundo entero

de estremecimientos.

 

Porque entre la colada, nuestras flores, el turismo, los colegios, el menú, tu trabajo, la fiebre del pequeño, los billetes de avión, los debates políticos en familia y todo lo que llena el tiempo de nuestras vidas, persiste una melodía continua. Una nota tras otra que a veces no se oyen con el tumulto, pero nunca callan.

Y un silencio repentino, como el de ahora al colgar el teléfono, trae esa voz al primer plano. Y me sumerge de nuevo en esa asfixia de ti. Me transforma en un ser branquial que vive de tu aire, enamorada de tu timbre, de tu tacto, de quien eres y de lo que sueñas. De tu paso y de tus besos. 

Pobre de mí,

que pensaba que mi vida era un lago

con bordes verdeados por la hierba y los juncos.

Un paseo de verano

en la barca, segura y sólida,

sobre el reflejo del agua.

Hasta que la música, siempre esa música,

me trae imágenes de las corrientes subterráneas

que tú y yo recorremos

sin miedo ya al frío

ni a la oscuridad

ni a lo desconocido.

Con otros yoes inesperados,

retazos de las mujeres que somos

y de las que nunca nos atrevimos antes a ser.

Dos mujeres, conscientes ya y plenas

que viven en múltiples planos y realidades

con un legado que dejar

y que dejarnos.

No hace tanto tiempo

y, sin embargo, 

cuánto hemos amado.

Y lo que vendrá.

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