Nunca olvidaré mi último jueves.
Sonrisa, saludos, preparar el carro: litros de agua hirviendo en el termo, contar los vasos, llenar los botes de leche y azúcar, las cestas con galletas y magdalenas. Tres, dos, uno y empezamos.
Hematología, hospital de día, sala de espera. Enjambres de pacientes recibiendo citostáticos. Saludar, sonreír, animar, no olvides la comanda. Chocolate caliente con nubes de cariño. Abrir la puerta respirando hondo en el Hospital de día de Pediatría: juegos y sonrisas sin pelo, hilera de camitas de pequeños valientes.
Radioterapia, sala de espera. Habitaciones y más habitaciones. Salas a rebosar. Las manos ya han aprendido a preparar cafés e infusiones al segundo con precisión suiza. Ahorra tiempo, déjalas libres para tocar, que la bebida caliente es sólo la excusa para acercarte a quien hoy se siente solo. Pasillos, ascensores, pasan las horas tan rápido y aún nos queda mucho que visitar. Oncología. Hablar del tiempo, mientras sirves a dos manos, convencer a los desganados para que al menos acepten un caramelo. Robas una sonrisa y se te ensancha el mundo.
Mi último jueves. Hasta siempre, compañeras. Yo vuelvo a mi vida anterior, pero no olvidaré nunca que todos los días del año ustedes siguen madrugando para llevar bebedizos de amor a quienes pasan frío en el alma.
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