El sabor de tus besos

1 de agosto de 2013

Hoy sospecho que no voy a poder concentrarme mucho.

He pasado la noche en un feliz duermevela, soñando que estaba en tus brazos y despertándome para sentirte, para besarte, para acercarme a ti aún más y que me cogieras las manos, pasando tu brazo por mi espalda, pegándote a mí sin que quedara espacio entre tu piel y la mía. Y es que el momento de bienestar en los poros de después del amor se ha alargado la noche entera. Durante horas me he refugiado en la suavidad y la tibieza de tu cuerpo, que protegía mi sueño. Y he despertado para no dejar de sentir las caricias que me regalabas, aún dormida, cada vez que me sentías moverme en tus brazos.

Luego empezó a amanecer, y una claridad tímida, tamizada hoy por las nubes, se acercó a nosotras para desvelar tus rasgos como si los viera por primera vez: tu frente, la sombra de las cejas sobre los ojos cerrados, tu nariz rotunda, barbilla voluntariosa, una boca dulce que sabe llenarme de besos ahora violentos, ahora tiernos.

¿Qué tiene el deseo, que nos hace a las amantes querer parar los relojes y que no termine de amanecer nunca? Esas ganas de la otra que sobrevienen como un milagro –tantas personas alrededor y la química haciendo su selección caprichosa–, y que nos llevan a estrellarnos contra el borde de su cuerpo, escalar su piel abriendo nuevas vías, caminos que vuelven a ser desconocidos cuando cambian la luz y el momento.

En un escenario en el que mi mente ya había establecido su propia regla de tres y anunciado un jaque mate mortal, que sean los sentidos los que hayan tendido puentes entre nosotras me ha cogido por sorpresa.

Y es que de pronto tus brazos se abren para acogerme y lo demás no importa. No nos necesitamos, no nos entendemos, pero eso ya da igual. Qué sabremos nosotras. La piel sí sabe y nos llama con urgencia, y el mundo se hunde si hace falta para que la tierra que hay entre ambas desaparezca. Y me veo catapultada a tu cuerpo, con una sed de ti que no deja de sorprenderme. Y me agarro a tus besos hasta deshacer tu boca en la mía, fundiendo nuestros deseos, que sienten al unísono –ellos sí–.

He salido hoy al mundo con tu olor cosido a mi piel.

Zapatera prodigiosa, ahora entiendo el porqué.

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