Ética para vivir mejor

5 de abril de 2021

Suelo ir a congresos tecnológicos para ver qué se cocina en el mundo del futuro. Algunas presentaciones son espectaculares en la forma. Otras también en el fondo. Pero la charla que más me ha impactado hasta hoy ha sido una sencilla ponencia de Adela Cortina, catedrática de Ética de la Universidad de Valencia y directora de la fundación Étnor, Ética de los Negocios y las Organizaciones Empresariales.

La filósofa Adela Cortina. Foto: PUCP

Fue en Fitur-techy 2019. Y entre el elenco mayoritario de jóvenes promesas de la transformación digital sobresalía ella, pequeña y madura. Pero cuando empezó a hablar su autoridad ocupó el escenario entero por lo certero de sus palabras.

Ese día aprendí que cuando una tecnología es éticamente mala, se considera técnicamente mala también.

Que cuando las empresas y los destinos turísticos no usan la tecnología para la felicidad de las personas, están abocados al fracaso, en forma de mala reputación y de pérdida de confianza.

Y que al nuevo cliente se le fideliza con ética.

Estamos en un momento en que no sabemos hasta dónde vamos a progresar técnicamente. Pero sí deberíamos plantearnos cómo vamos a orientar los avances de la tecnología, porque de eso depende incluso la calidad de vida del ser humano. Y es una pregunta que tenemos que hacernos la sociedad entera, no sólo la clase política y empresarial.

Porque vivimos un progreso tecnológico imparable. Pero el progreso moral no ha ido a la par, por mucho que políticamente nos declaramos en contra del racismo, la desigualdad y la esclavitud. Por desgracia, los hechos hablan por sí mismos.

Sálvese quien pueda

La humanidad está pasando por una emergencia humanitaria mundial. Un escenario desconocido hasta ahora. Por primera vez, todos los territorios del mundo son vasos comunicantes donde el agua del coronavirus nos llega al cuello a la vez. Pero la avaricia de la clase poderosa ha exhibido músculo, y así países como Estados Unidos, Israel y Gran Bretaña han pagado más para obtener los favores de unas farmacéuticas que se venden al mejor postor. Y la clase business del primer mundo se ha arrogado el derecho a la supervivencia, comprometiendo la vida del resto.

Parece mentira tal miopía. La ambición supremacista paga su bula papal, sin caer en la cuenta de que la desigualdad convierte África y Sudamérica en un polvorín sanitario que se nos vendrá en contra antes o después en forma de variantes ingobernables del virus. Justicia poética en toda regla.

El poder de la ciudadanía

La catedrática Cortina nos decía en su ponencia que la ciudadanía ha de empoderarse en la lucha social. No partimos de cero. En 1948 se declararon los Derechos Humanos. Luego, en el año 2000, los objetivos de desarrollo del Milenio. Y posteriormente, la Agenda 2030 con los objetivos de desarrollo sostenible. Así que no nos faltan marcos éticos para evolucionar. Y quien más se está preocupando por ellos es la Unión Europea. Es cierto que las empresas tecnológicas más potentes están fuera de nuestro continente. Pero en Europa tenemos aún una baza para avanzar en la carrera tecnológica, y está en poner al ser humano en el centro. Si nos basamos en ella, -desarrollando estrategias y servicios que protejan la identidad digital y los datos de nuestros clientes, por ejemplo-, podremos competir con países como Estados Unidos, lastrado por años de neoliberalismo, o como China, un país que pisotea sistemáticamente los derechos humanos.

Ese día se me grabó a fuego que la tecnología tiene que beneficiar al ser humano. Y para que logremos el turismo de la felicidad la tecnología tiene que ir unida a la justicia, de modo que pueda beneficiar a todos por igual.

(Apunte: por primera vez en la historia, gracias al desarrollo tecnológico será posible en breve acabar con el hambre y la pobreza extremas. Las herramientas están. ¿Estará la voluntad?).

Piratería ética para luchar en la red

Enlazando con lo anterior, sabiendo que Europa puede encontrar el camino del éxito empresarial en la innovación ética, y que el cibercrimen ha desbancado en el pódium del mal al mismísimo tráfico de drogas, parece lógico que, tras la seguridad sanitaria, los destinos trabajemos la seguridad digital.

Tenerife ha acogido a finales de marzo el 8º Congreso HackrOn, con ponentes de primera fila especializados en la lucha contra los ataques criminales que ocasionan pérdidas millonarias a diario a tantas y tantas empresas. Y Turismo de Tenerife se ha involucrado en el evento como parte de su apuesta por un futuro mejor para quienes trabajamos aquí y quienes nos visitan.

No creo que sea casual que el laureado Chema Alonso titulara su ponencia en el congreso «Ciberseguridad humanista». Cuando los grandes nos dicen que la seguridad reside en las personas, refrendan que estamos en el camino.

El valor del humanismo

Al final del día, nada tiene sentido si no es por y para las personas. Para su conjunto: no para los tres o cuatro que salen siempre ganando. Y no hablo de política, sino de sociedad. De que el bien común crea riqueza y la reparte de forma natural. Si somos una especie superior, capaz de grandes hazañas, utilicemos esa inteligencia para vivir mejor, y no para acabar sucumbiendo a las enfermedades y a las máquinas por ambición y sed de poder.

El futuro es tecnológico. Pongámosle alma.

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