¿Recuerdas la casa de tu niñez? Quizá te venga a la mente una camita infantil y el recorrido exacto de tu mano cada noche al apagar la luz en la mesilla.
O los escalones de la entrada de la casa de tus abuelos. Seguro que aún hoy podrías subirlos a ciegas sin dudar.
¿No sueñas algunas noches con un pasaje concreto de tu pasado, en un revivir tan real que la nostalgia no te deja casi respirar cuando amanece?
Cada etapa importante de nuestra vida tiene una atmósfera y una música propias. Y su escenario te ancla al momento como si fuera eterno, haciéndote sentir una falsa sensación de seguridad, de que lo que te rodea ha venido para quedarse y esa felicidad la tienes para siempre.
Sin embargo, hay para todo una última vez. La última vez que entraste en el colegio que te vio crecer. El último beso que te dio tu abuela. El día en que jugaste como siempre con tu muñeca favorita, sin saber que ya nunca volverías a acunarla en tus brazos.
Días contados
Una de las grandes incertidumbres de nuestra vida es por qué camino nos llevará cada vez, imposible de predecir. Un día de pronto, sin tú saber qué es lo que ha cambiado, el paisaje que te rodea se desvanece. Los ojos en los que ayer te mirabas se vuelven desconocidos, y un crujido dentro de ti te rompe el alma como una hoja seca. Y es que los días de vino y rosas tenían sus horas contadas, aunque no podías saberlo.
Qué ancho puede ser el vacío.
En medio de la tormenta respiras hondo, sabiendo que el tiempo suavizará y pondrá capas de olvido sobre la herida, cicatrizada o no, para cumplir con la ilusión de que la vida sigue.
Pero hay un momento anterior en el que aún no te has doblegado a la realidad y no comes, ni duermes, con los sentidos puestos en entender lo incomprensible: ¿por qué los miedos vencen al amor? y ¿dónde quedan la eternidad compartida, las señales en el cielo y esta intensa sensación de pertenencia a quien ha vibrado contigo en lo más profundo de tu ser?
Hasta que ves caer el último pétalo de la rosa al suelo. Y con él se van el olor a almizcle de su pelo, el calor de su abrazo aún dormido, la alquimia de un amor macerado a fuego lento.
Nunca más
Siempre hay una última vez. Y en el momento no eres consciente de la enormidad de lo que dejas atrás. Pero tras la tormenta de emociones de la despedida, la confusión pliega velas y resurge su recuerdo llenándolo todo. Y ahí es cuando estás perdida, porque ella empieza a vivir en ti sin remedio. Y ya no puedes huir, ni esconder el corazón para que no lo alcancen las flechas del dolor.
Porque vendrán nuevas experiencias y otros días de felicidad, pero ya siempre extrañarás su sonrisa, su caricia en tu nuca al conducir, la profundidad de su mirada y aquella felicidad inmensa de compartir con ella un mundo mágico en el que se alineaban los planetas a nuestro paso.
Hoy me mudaría a una galaxia distinta, un lugar donde sepan conjurar la maldición de la última vez. Allá donde no se pierda el paraíso después de haberlo rozado con la punta de los dedos.
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